Microrrelatos: 2. Lluvias que recuerdan a lágrimas

Llovía a través de la ventana. Miraba desolado caer las gotas y recordaba que esas gotas eran igual que las lágrimas que vio hace tiempo caer de sus propios ojos. No le importaba llorar delante de ella. No es que se sintiera orgulloso pero le suponía menos vergüenza que cuando lo hacía en otras circunstancias y con otras personas.

Recordaba cómo sus lágrimas caían de emoción al fusionarse junto a ella en abrazos y cuerpos pegados. El tacto de su piel y sus pupilas observándole le provocaban pura felicidad. Luego, también llegaban momentos bajos con algunas palabras que atravesaban como lanzas su corazón, que latía por ella como si de pisadas de manadas de bisontes se tratase. No quería ni podía oír hablar de retirada ni en broma; ni siquiera como amenaza.

Por suerte, el pudor, el miedo, las dudas… todo se iba con ella a su lado.

 

Seguía lloviendo fuera y es cuando pensó en lo feliz que le había hecho pasear entre la lluvia -parecida a la que ahora caía frente a él, pero ahora sin mojarse- junto al parque de su antiguo colegio y suspirar por no perderla nunca de vista, aunque la fuerza de las gotas aumentara y tocara huir por el asfalto de los charcos hacia un centro de comida rápida que les refugiara.

Algunos días después saltarían de la mano por un paseo marítimo vacío no muy lejos de aquel lugar. Cantaban y saltaban como los personajes incompletos del Mago de Oz. Así eran en el fondo: incompletos pero felices, mágicos y eternos. Había plata azul en sus ojos por el reflejo del sol y hojas rojas caídas por el otoño en el parque… Esos ojos que besaba porque imaginaba que nadie se los había besado antes. Y al parecer acertó…

Aquello fue hace mucho, mucho tiempo. O quizá no tanto. Era todo muy nítido en su cerebro. No sabía exactamente cómo acabó todo. Dicen que todo lo bello tiene que terminar para que siempre sea hermoso. “Las alegrías del pasado se valoran más cuando se está viviendo entre derrotas en el presente”, – pensó para consolarse… Miró alrededor a las paredes que rodeaban su casa vacía y grisácea. Entonces le vino a la mente una imagen de Rodolfo Valentino y se sirvió otra copa.

NOTA: Relato de ficción inspirado, más o menos, en algún hecho real.

Alberto Quintanilla